3.8.05

 

Ubate




















Adivinen que es ese cuadrado azulito al fondo frente al altar sagrado de la Iglesia de Ubate. No me lo van a creer, pero se trata de una proyección PowerPoint con la letra del salmo y/o la canción del momento.

Quiero ilustrar la estancia en Ubate con un pasaje tomado de la genial crónica de viaje de Manuel Ancizar llamada Peregrinación de Alfa (
Este libro, editado por primera vez en 1853, y que consta de dos tomos, contiene bellas descripciones de viajes y recorridos realizados por varias regiones de Colombia.) El texto completo en la Biblioteca Luis Angel Arango Virtual

"...El camino que conduce a Ubaté es ancho, desembarazado y alegre, teniendo a la izquierda altos cerros de calcáreo, labrados a pico por el embate de las aguas del lago que llenó en otro tiempo la planicie. Lo fértil y cultivado de la comarca, la lozanía de los ganados que pastan en los lejanos potreros, y la belleza misma del paisaje, del claro cielo y la olorosa vegetación, cobijado todo por una atmósfera ligera, diáfana y templada, hacen esperar que Ubaté sea una villa alegre, limpia y bien trazada. Nunca la esperanza del viajero se ve tan completamente burlada: las tortuosas y descuidadas calles, y las casas desguarnecidas, en las que solo se ha procurado tener techo y suelo, forman un contraste sobresaliente con la espléndida y abundosa comarca asiento del pueblo. Era la tarde de un día de mercado cuando llegamos: las calles estaban obstruidas por bueyes enjalmados, con carga y sin ella, y por muchedumbre de indios y mestizos, más o menos alegrones, a causa de la chicha, los unos disputando a gritos en mitad de la calle, y los otros agrupados en las tiendas y pasándose de mano en mano sendas totumas del licor popular, mientras algún tañedor de tiple rasgaba con entusiasmo las cuerdas, y entonaba el monótono recitado en que expresaba su pena delante de la rechoncha Dulcinea, objeto de sus esfuerzos artísticos. Allí el chircate de la india y las enaguas de bayeta de la mestiza andaban amigablemente juntos, y el calzón corto y ruanilla parda del chibcha degenerado fraternizaban con el largo pantalón azul y la pintada ruana del labrador blanco, quien con el sombrero ladeado, plegada una orilla de la ruana sobre el hombro derecho para lucir el forro amarillo, y puesto al desgaire el tabaco en un extremo de la boca, se dignaba escuchar y responder dogmáticamente al indígena su interlocutor. Por en medio de aquel tumulto de bueyes, mulas y devotos de la totuma, caminábamos despacio mi compañero y yo, inquiriendo dónde podríamos alojarnos, hasta que al fin dimos con nuestros cuerpos y cabalgaduras en la única posada que se nos dijo hallarse disponible..."

(...)

"...Además de esto, los cronistas de la conquista mencionan por incidencia la gran laguna de "Cucunubá y Ubaté", lugares hoy enjutos y labrados, lo que hace creer que entonces comenzaban en el primero de estos pueblos las aguas del lago de Fúquene, restos del antiguo mar dulce.

Poco más adelante de Ubaté se acaba el camino llano y sigue por encima de cerros escarpados, uno de los cuales, el "Alto de Buenavista", mide 2.769 metros de elevación, y la cumbre siguiente llamada "Volador de Fúquene", 2.895 metros, alargándose y dificultándose notablemente el camino por aquellas eminencias, cuando podrían rodearse fácilmente siguiendo la orilla de la laguna de Fúquene hasta Susa. Sin embargo, la costumbre y el espíritu de rutina conservan esa dispendiosa y bárbara vía de comunicación abierta por los indios y frecuentada por los españoles cuando la llanura estaba anegada. Entonces la necesidad los disculpaba: ahora, variadas las cosas, es de admirarse cómo no se ha pensado en mejorar y acelerar la comunicación entre los productivos valles de Ubaté, Susa y Simijaca.

De lo alto del "Volador de Fúquene" alcanza la vista sobre una grande extensión del país, hasta los linderos de la planicie de Chiquinquirá. Largo rato estuve contemplando aquella escena magnífica, aquel océano de cerros perfectamente verdes, aquellas comarcas antes henchidas de chibchas laboriosos, después cubiertas de escombros y anegadas en sangre por los conquistadores, ahora naciendo de nuevo a la civilización en medio de nuestros afanes políticos y de las barreras que los Andes oponen al comercio de estas regiones con el extranjero. Fatigados los ojos de recorrer tantos objetos colosales desparramados en el ancho espacio inferior, volvílos al suelo que pisaba y le vi cubierto en todas sus alturas por innumerables cruces formadas de ramas de arbolillos y sembradas de tres en tres..."

Peregrinación de Alfa
Manuel Ancízar

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